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Hipocresía

Muy cerca de Santiago han fallecido 79 personas y 129 han resultado heridas al descarrilar un tren Alvia. Ésta es la única realidad inviolable, la noticia en sí. Todo lo demás son ganas de lanzar carnaza, de moldear el termómetro de la opinión pública, de captar audiencias para ganar dinero, de influir en los estados de sentimiento de los mortales, y de jactarse de papismo papal. El accidente de tren en Santiago permite de nuevo a los medios y a los partidos políticos construir la realidad, encauzarla según sus intereses y activar un bucle con eterno retorno: los medios influyendo en los sentimientos de las masas, y éstas, que interpretan la realidad como la verdad total y absoluta, influyendo, a su vez, en los medios para continuar soltando el mismo lastre de siempre porque saben que sus gestos van a ser recogidos por las cámaras. En medio de la tragedia, los medios y las masas tienen que buscar un culpable. Porque sin culpable no hay ira, y sin ira no hay se
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Santiago y cierra, España

Liberémonos de lo políticamente correcto, despojémonos del fariseísmo y de esa aparente aura de civilización. Desatemos nuestros instintos, como los animales en las graderías de los campos de fútbol, y situémonos –ficticiamente, no queda otra– en la tentativa de que, por un día, cada uno de nosotros tuviera poder absoluto e inmunidad para hacer y deshacer en el ámbito político de este país. Cómo no arder en ira y violencia contra una piara de estúpidos que recientemente propone excluir a lesbianas y mujeres solas de la reproducción asistida. Son como el perro del hortelano: obligan a parir a mujeres que no quieren ser madres, y sin embargo no permiten serlo a quienes lo están deseando. Cómo no arder en ira y violencia contra un rebaño de ineptos que cuenta entre sus filas con el mismísimo presidente del Tribunal Constitucional. Por mucho que la ley permita la afiliación de magistrados a partidos políticos, es un esperpento nacional que la máxima instanc

De Bretón a Bretón

Desde André a José Bretón se extiende casi un siglo de historia y dos manifiestos surrealistas. André ingenió el primero, culpable de su teoría, que buscaba nuevos caminos para las artes; José perpetró el segundo, culpable de su macabra práctica irracional. El bretonismo ha degenerado en una especie de psicosis que pare monstruos, como los sueños de la razón que pregonaba Goya en sus Caprichos. El capricho de José Bretón, transido del surrealismo congénito del apellido, ha vuelto a fulgurar en su mirada tenaz y hierática, incluso cuando el jurado lo declaró culpable. Así permaneció durante muchos segundos después, regodeándose de su fatal artefacto, urdido para vengarse de Ruth hasta la eternidad. Hacer desaparecer a los niños fue su estrategia para que el matrimonio hiciera de tripas corazón y caminara en unidad en pos de la prole. El informe de la forense, atribuyendo los huesos a animales roedores, ensanchó con fruición su ego, pero Francisco Echevarría sentó l

La construcción del mundo

Más de una vez he escuchado decir que es un error traer descendencia a este mundo “de guerras, de odio, de hambrunas, de terrorismo, de criminales y sinvergüenzas…”. Y créanme, no sólo fueron “buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan” quienes así hablaron, también lo hicieron “pedantones al paño, que miran, callan y piensan que saben porque no beben el vino de las tabernas”. Intencionadamente o no, los medios de comunicación nos inducen a construir el mundo a través de tópicos, y en este sentido no debemos olvidar que el único objetivo de una empresa informativa no es otro que ganar dinero. Los medios de comunicación tienen su Norte cada vez más claro: con tal de arañar audiencias, nunca dejarán que una verdad les estropee una buena historia. La empresa informativa surge, por lo tanto, de un parto cuya luz no es otra que contar historias para lucrarse. No es el mundo tan malo como se nos pinta. Hay que desechar las orejeras ecuestres y abrir la

El tedio, hipócrita lector

Después de observar las manifestaciones contra una ley que permite a los homosexuales contraer matrimonio, no me extraña que algún día la España profunda se eche a la calle para reivindicar el derecho a que todo el mundo beba leche de vaca y no de soja. No salgo de mi asombro: no hace falta ser homosexual para constatar que es de garrulos manifestarse contra algo que hace feliz a los demás y que, al fin y al cabo, no afecta negativamente a la libertad del otro. Parece que ni el sector rancio y católico del país de Baudelaire llegó a comprender los primeros versos de sus flores malignas: “Mas, entre los chacales, las panteras, los linces, los simios, las serpientes, escorpiones y buitres, los aulladores monstruos, silbantes y rampantes, en la, de nuestros vicios, infernal mezcolanza ¡Hay uno más malvado, más lóbrego e inmundo! Sin que haga feas muecas ni lance toscos gritos convertiría, con gusto, a la tierra en escombro y, en medio de un bostezo, devoraría