Desde
André a José Bretón se extiende casi un siglo de historia y dos manifiestos
surrealistas. André ingenió el primero, culpable de su teoría, que buscaba
nuevos caminos para las artes; José perpetró el segundo, culpable de su macabra
práctica irracional. El bretonismo ha degenerado en una especie de psicosis que
pare monstruos, como los sueños de la razón que pregonaba Goya en sus
Caprichos.
El
capricho de José Bretón, transido del surrealismo congénito del apellido, ha
vuelto a fulgurar en su mirada tenaz y hierática, incluso cuando el jurado lo
declaró culpable. Así permaneció durante muchos segundos después, regodeándose
de su fatal artefacto, urdido para vengarse de Ruth hasta la eternidad. Hacer
desaparecer a los niños fue su estrategia para que el matrimonio hiciera de
tripas corazón y caminara en unidad en pos de la prole. El informe de la
forense, atribuyendo los huesos a animales roedores, ensanchó con fruición su
ego, pero Francisco Echevarría sentó las bases de su condena final.
Una
condena de 40 años en prisión –que se quedará en mucho menos tiempo por los
efectos del pachequismo cuando
sentenciaba que la justicia en este país es un cachondeo– no será suficiente
para su alma de diablo, que vive atormentada y sueña a diario con los
fotogramas de un asesinato a sangre fría: la alevosía de atiborrar de medicamentos
a sus propios hijos, la monstruosidad de contemplar ambos cuerpos, angelicales
e indefensos, chamuscarse ante su mirada impasible, y la desintegración de la
materia humana hasta verse reducida a cenizas… Todas esas imágenes, impresas para siempre en
la retina de su memoria condenada a un eterno rebobinado, ejercerán de juez
severo e imparcial mucho más allá del día en que lo pongan en libertad.
Si
no es así no se puede entender su semblante idiotizado, su mirada absorta y
perdida en el infinito fatalismo de un alma condenada a vagar en el laberinto
de la aberración. No habrá –nunca habría– justicia humana que liberara a Bretón
del tormento de su sino. Pasarán los años y nos olvidaremos de él, aparecerán
nuevos bretones, ataviados tal vez con túnicas diferentes, pero él seguirá
magullándose el cerebro en una perpetua pelea contra los monstruos que un ocho
de octubre desataron, cual caja de Pandora, los sueños de su razón y los males
de su conciencia. Que Dios, si existe, se apiade de él.
Comentarios
Publicar un comentario