Por mucho que la compañía de vuelos Spanair desmienta al Gobierno o que éste ofrezca una versión en la que busque quitarse "el muerto" de encima; por mucho que las banderas figuren a media asta; por mucho que lleguen indemnizaciones a las familias de las víctimas; por mucho que se investiguen las causas del accidente; por mucho que el suceso se atribuya a errores humanos o fallos técnicos; por mucho que nos lamentemos de aquella posibilidad que pudo evitar el desastre y otras causas de diversa índole..., sólo existe una única realidad irreversible: nadie podrá devolver la vida a las 154 personas fallecidas. Todo lo que el trágico acontecimiento desprenda verbalmente no tiene sentido, porque sólo hay un hecho: el accidente se produjo. Y no hay vuelta atrás.
Muy cerca de Santiago han fallecido 79 personas y 129 han resultado heridas al descarrilar un tren Alvia. Ésta es la única realidad inviolable, la noticia en sí. Todo lo demás son ganas de lanzar carnaza, de moldear el termómetro de la opinión pública, de captar audiencias para ganar dinero, de influir en los estados de sentimiento de los mortales, y de jactarse de papismo papal. El accidente de tren en Santiago permite de nuevo a los medios y a los partidos políticos construir la realidad, encauzarla según sus intereses y activar un bucle con eterno retorno: los medios influyendo en los sentimientos de las masas, y éstas, que interpretan la realidad como la verdad total y absoluta, influyendo, a su vez, en los medios para continuar soltando el mismo lastre de siempre porque saben que sus gestos van a ser recogidos por las cámaras. En medio de la tragedia, los medios y las masas tienen que buscar un culpable. Porque sin culpable no hay ira, y sin ira no hay se...
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