Un trozo de carne bautizado llamado Breivik asesinó hace un año a 77 personas en Noruega y hoy se le condena a 21 años en una cárcel donde dispondrá de ordenador, internet, habitación propia, gimnasio, servicio de comidas... Piensen lo que quieran, pero yo, si fuera uno de esos pobres hambrientos y desarrapados que comienzan a multiplicarse por la crisis, lo primero que haría sería matar no a 77 personas, sino a 177. Tal vez así me aseguraría ya mi pensión y senectud protegido en un techo, y tal vez con jacuzzi, monitor en el gimnasio, biblioteca y camarero particular. ¡Cuánta imbecilidad habita en este mundo del Señor!
Muy cerca de Santiago han fallecido 79 personas y 129 han resultado heridas al descarrilar un tren Alvia. Ésta es la única realidad inviolable, la noticia en sí. Todo lo demás son ganas de lanzar carnaza, de moldear el termómetro de la opinión pública, de captar audiencias para ganar dinero, de influir en los estados de sentimiento de los mortales, y de jactarse de papismo papal. El accidente de tren en Santiago permite de nuevo a los medios y a los partidos políticos construir la realidad, encauzarla según sus intereses y activar un bucle con eterno retorno: los medios influyendo en los sentimientos de las masas, y éstas, que interpretan la realidad como la verdad total y absoluta, influyendo, a su vez, en los medios para continuar soltando el mismo lastre de siempre porque saben que sus gestos van a ser recogidos por las cámaras. En medio de la tragedia, los medios y las masas tienen que buscar un culpable. Porque sin culpable no hay ira, y sin ira no hay se...
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