El
miércoles pasado un señor peruano se presentó en casa para reparar la persiana
del salón. Llegó a la hora del té tras el almuerzo y eso facilitó que la
conversación fluyera con facilidad. Cuando Rafael –así dijo que se llamaba–
recogió su maletín y se marchó hubo unos instantes de silencio. Aquel hombre
había hablado tan sencilla, tan llanamente, utilizando un sentido común tan
inusitado, que comprendí al instante que aquello era precisamente lo que necesitamos
para sanar, porque, tal vez, como suele decirse, el sentido común es el menos
común de los sentidos.
Aquella misma mañana, en una clase de literatura del siglo
XX para bachillerato, había estado analizando el famoso poema que Juan Ramón
Jiménez escribió en Eternidades para
explicar su evolución poética: “Vino,
primero, pura, vestida de inocencia. Y la amé como un niño. Luego se fue
vistiendo de no se qué ropajes y la fui odiando sin saberlo. Llegó a ser una
reina fastuosa de tesoros… Mas se fue desnudando. Y yo le sonreía. Se quedó con
la túnica de su inocencia antigua. Creí de nuevo en ella. Y se quitó la túnica
y apareció desnuda toda. ¡Oh, poesía desnuda, mía para siempre!”.
Descubrí numerosas analogías entre lo que Rafael me relató
y el poema de Juan Ramón: en el transcurso de la conversación, Rafael aludió a
Luis Bárcenas para referirse a las cuentas del extesorero: “Robar es malo, pero
si vas a robar, al menos ten la decencia de no dejar escrito que estás
robando”. Más tarde dijo que había abandonado su país por amor, no porque
corrieran malos tiempos para el Perú. “Ahora mi esposa dice que deberíamos
salir de España y marcharnos a mi país, pero yo ya no pienso ni en ella ni en
mí, sino en mis hijos”.
Las palabras de Rafael cayeron sobre el alma como aquella
poesía pura y sencilla de Juan Ramón, la poesía desnuda, conceptual, alejada de
esos ropajes del Modernismo que oscurecen el lenguaje para no decir nada. Así
sucede con el sentido común y la sensatez: se nublan cuando creemos que rizando
el rizo veremos la luz. Porque lo simple, lo sencillo, lo puro… se hace difícil,
y lo complejo se hace fácil cuando no tenemos nada importante que decir.
Rafael, con su humildad y su sensatez, me dio una lección sobre cómo salir de
la crisis, pero su testimonio se perderá entre la anodina niebla del menos
común de los sentidos.
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