Es
una pena que aún resten más de dos años para que los neofranquistas salgan
pitando por la puerta falsa. Si lo hicieran antes sería señal evidente de que
aún había más fondo que alcanzar, y eso ya es un decir. Lo más angustioso es
que, tal como pintan las cosas, vendrán otros de la misma calaña y volverán a
restituir lo que el viento facha se llevó, y así viviremos, en un constante
toma y daca, en un tira y afloja, en un progreso y retroceso que está lastrando
las ilusiones de varias generaciones.
Se
va a aprobar la séptima ley educativa de la democracia, y de nuevo sin consenso.
No se ha consultado a los profesores, a los centros, a los ciudadanos. Los
sindicatos, los partidos políticos de la oposición, la comunidad educativa
rechaza la Lomce. Igual que la ley del Aborto, la ley de Educación va a ser
impuesta tiránicamente en este país. 185 lameculos, 185 ladrones legales del erario público se van a
imponer a la voluntad de millones de ciudadanos. Unos cuantos deciden por
todos. Así nos engañaron hace más de 30 años: nos engatusaron con el caramelo
de poder elegirlos libremente, pero con el hándicap de que una vez en el
sillón, los elegidos harían y desharían a sus anchas y a sus panchas.
La
democracia en este país se reduce a elegir cada cuatro años a un nuevo grupo de
estafadores. Nosotros los ponemos allí, nosotros los despedimos. A esto se
reduce la cracia del demo, o tal vez la gracia del memo, que
suena muy parecido, pero no es lo mismo, aunque en la práctica parece que los
términos coinciden semánticamente. Los elegimos con la gracia de nuestra memez,
les damos poder para que aprueben leyes contra nosotros, para que continúen
convirtiendo a nuestros hijos en un rebaño de borregos semianalfabetos, para
que terminen de robarnos el poco dinero que nos queda, para que nos avienten a
las oficinas del Inem, para que, aún con su poder, no tengan ni la más mínima
autoridad para combatir el egocentrismo de la tecnocracia.
Cada uno de nosotros puede contribuir al cambio: en su pequeño radio de acción
puede provocar cambios pequeños que alterarían el conjunto hasta verse
resentido. Soy docente, educador, y llamo a la rebelión pacífica, a la objeción
de conciencia que propone Mayor Zaragoza frente a una ley regresiva como la
Lomce, y sobre todo a impulsar un gran pacto de toda la sociedad por la Educación.
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