Volvemos
a constatar la doble moral, la bajeza y la ruindad de espíritu de los
mequetrefes, de los imbéciles que nos gobiernan. Estamos a punto de aniquilar
el progreso, en materia de aborto, experimentado en los últimos 30 años. Unos
cuantos idiotas, comandados por el Gafitas, el ‘pseudo carca-progre’, van a
legislar para que un feto, aun con malformaciones incompatibles con la vida,
esté obligado a venir al mundo. Hecho que si sus padres desean es totalmente
plausible, pero de lo contrario terminaría convirtiéndose en una condena que
ellos, los únicos responsables de su concepción, no quieren aceptar. No
hablamos de discapacitados o síndromes Down, perfectamente “capacitados” para
vivir dignamente, sino de malformaciones incompatibles con la vida extrauterina
que no podrán llegar a realizar acción humana porque no sobrevivirán.
Los
hijos son de sus padres, inevitablemente. Se conciben. Y es una concepción que
no sólo participa del hecho de la fecundación, sino del verbo ‘concebir’ como
sinónimo de ‘pensar o desear algo’. Si los padres no los concibieran, ya intencionada
o inesperadamente (pero con la consciencia de que practicar sexo sin barreras
puede implicar un embarazo), no nacerían al mundo por mucho que el Estado lo
deseara. Si los hijos pertenecieran al Estado, el gobierno de la nación
debería, por tanto, encargarse de todo: alimentación, vivienda, educación,
trabajo... Ni por asomo. Traer un hijo es una decisión que concierne a la
privacidad de dos personas que portan gametos distintos, de modo que sólo los
padres serán los responsables de su fortuna en el mundo, se comprometen a
alimentarlo, a vestirlo, a educarlo, a impulsarlo a la mayoría de edad que
sostenía Kant. El Estado podrá aportar su granito, nada más. Habrá incluso quien
sostenga que los hijos son de Dios, pero esto sería equivalente a pensar que
hay que dormir, ya que si no, vendrá el Coco y nos comerá.
Es
inaplazable: hay que evitar a toda costa que unos cuantos lunáticos, abrazados
peligrosamente al fundamentalismo religioso, condicionen violentamente el
futuro de tantas familias que no deben ser castigadas con la condena a una vida
hipotecada de por vida, valga la redundancia. ¡Hasta cuándo la intromisión del
Estado y de la religión en las libertades personales!
Comentarios
Publicar un comentario