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Un segundo


Ha salido de su casa, respirando el aire insuficiente que levita en los albores de los días anodinos. Ha extraído de su chaqueta la llave del vehículo. Accede al interior y se mira el arrebol en los espejos, se retoca el pelo recién lavado, recién secado y recién peinado para estar guapa un día más en la oficina. Comienza el viaje. Podría conducir con los ojos vendados porque realiza el mismo camino todos los días, es un camino corto y sencillo, no muy transitado porque se encuentra en una zona deprimida. Conecta la radio y escucha las noticias. El paro asciende a los seis millones, pero ella celebra percibir una nómina todos los meses. Parece que la crisis no va a afectarle, y se alegra, porque se casará en un mes. Luego vendrán los niños y las historias del día a día. La casa está a punto de ser habitada, sólo restan los últimos retoques, cortinas y cuadros. La semana que viene se pondrá con ellos. Por la tarde deben asistir, ella y su pareja, a los cursillos prematrimoniales. Suena el teléfono, va conduciendo, pero el coche tiene manos libres incorporado y puede conectar con su jefe. ¿Te queda mucho? Estoy a medio camino. Vale, hay problemas con algunos clientes. Cuelga y suspira.



Prosigue el viaje, concentra su mirada en alguna arista de la carretera, el sol está ya afuera, el día es precioso. ¡Menos mal, después de tantos días lloviendo! Cambia de emisora y suena una balada, conoce la letra y la canta en voz muy baja. Sigue conduciendo, siempre con los cinco sentidos puestos en la carretera. Pero la carretera está tranquila, dos vehículos y un autobús escolar se han cruzado. Ahora aparece un camión enorme, repleto de troncos de árboles. El camión toma la curva, aunque parece que va a cogerla un pelín forzado por la velocidad. Se le acelera el corazón, pero no va a suceder nada, es un día soleado, como ayer y como mañana (eso ha anunciado el hombre del tiempo). Van a situarse al mismo nivel, el camión y su vehículo. Aquél se desestabiliza aún más y parece que va a volcar, pero eso no puede suceder. No sabe si frenar o acelerar, no hay tiempo, se bloquea. El camión pierde la verticalidad y amortigua justo encima de su vehículo. El mundo ha atravesado sus entrañas. Es el momento exacto. Dos segundos más habrían sido necesarios para escapar del cataclismo, dos segundos menos y un frenazo podrían haber salvado la boda, o tal vez haberla aplazado. Pero no, ha sido exacto. 34 años: 408 meses creciendo, 1.770 semanas aprendiendo a abrirse paso en la vida, 12.376 días alimentándose, 297.204 horas respirando, 17.821.440 minutos latiéndole el corazón, 1.069.286.400 segundos bajo el imperio del azar. Y sólo un segundo, uno sólo, para abolirlo todo. “Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror… ¡y el espanto de estar mañana muerto, y sufrir por la vida y por la sombra y por lo que no conocemos y apenas sospechamos,
 y la carne que tienta con sus frescos racimos,
 y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, 
y no saber adónde vamos, 
ni de dónde venimos!... Rubén Darío.

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