Una ley
no es más que un trozo de papel escrito cuyo fin no debiera ser otro que velar
por la seguridad y el bienestar de los ciudadanos, especialmente los más
débiles. Sin embargo, en muchas ocasiones se convierte en un documento
mancillado por la insensatez de quienes se encaraman en el poder. Cuando esto
último sucede, el individuo se encuentra aprisionado, el aparato legal del
Estado lo oprime. En estas situaciones no hay más alternativa que desobedecer
las leyes humanas porque están infectadas de los males que porta nuestra raza:
la ceguera, la estulticia, la idiotez, la tiranía, el fundamentalismo…
Si
una ley –pese a que el conjunto de la sociedad perciba clara y evidentemente
que se está cometiendo un ultraje a todas luces contra alguien– condena al
individuo, esa ley ha degenerado porque nació bastarda, nació impuesta y por lo
tanto nunca fue concebida para defender, sino para atacar, porque bajo sus
palabras subyace un contenido maliciosamente premeditado para perpetuar los intereses
de determinada clase social. Son pseudoleyes,
una lacra, una losa para el individuo. Así sucede con Beatriz, la joven de El
Salvador embarazada de un feto sin cerebro que le provocará la muerte si el
Estado no desciende de su pollina y aplicar su garrula legalidad. Todo el mundo
se echa las manos a la cabeza, nadie consigue comprender el dislate que podría
cometerse con la chica. Por eso, llegados a este alud, al individuo sólo le
resta abrirse paso entre la maleza y buscar su propia justicia, su propia
supervivencia: actuar al margen de la pseudolegalidad
del Estado.
Invitar,
desde la última página de un diario provincial, a practicar la desobediencia
civil es un acto de ingenuidad, de un idealismo anegado de utopía. Muy graves
habrían de ser las circunstancias por las que hubiera de atravesar un país para
que todos sus ciudadanos se unieran con el objeto de desobedecer al Estado. Pero
sí me atrevo a invitar a la desobediencia individual, a que cada cual, en su
puesto de trabajo, en las circunstancias de su vida particular, desobedezca
aquellas pseudoleyes engendradas para
crear un mundo peor. El maestro, que mire sólo por el alumno; el médico, por su
paciente, sea inmigrante o no; la mujer, por su salud. La objeción de
conciencia y la desobediencia individuales son el primer paso para las
colectivas. No caigamos en el pesimismo y la pasividad.
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