Se
ha perdido el menos común de los sentidos, que es el sentido común: vivir por
encima de la posibilidades reales, gastar más de lo que se ingresa. El sistema
financiero se ha convertido en nuestra particular caja de Pandora. Haber podido
disponer de dinero prestado hizo que todo se encareciera al tener la opción de
abonar el total en régimen de plazos. Por eso, ahora el precio de la vivienda
continúa cayendo en picado, porque nadie compra, y nadie compra porque nadie
tiene dinero, nadie tiene dinero porque, al no tenerlo, las entidades
financieras no prestan. El sistema bancario encareció la vida hasta hipotecarla
sin necesidad alguna. De ello deduzco que si prescindiéramos de él y
adoptáramos un modelo de pago real, las empresas, para garantizar su
supervivencia, se verían obligadas a utilizar precios amoldados a las
posibilidades de las rentas medias.
Aumentan
las muertes de pacientes por recortes en Sanidad, la calidad de la Enseñanza
está disminuyendo considerablemente al prescindir las administraciones públicas
de miles y miles de docentes, se aumenta el IVA del 18 al 21%, se suprimen las
pagas extras a los funcionarios, aumenta la recaudación por IRPF, se impone el ‘medicamentazo’
y el copago farmacéutico para reducir el gasto… Nos machacan a recortes, y sin
embargo, los datos del primer trimestre de 2013 señalan que la deuda pública
creció por encima de lo esperado y casi se sitúa en el 100% del PIB. El Estado
tiene hipotecado casi un billón de euros (con b de barbaridad). Eso supone que
para liquidarlo habría que donar toda la producción anual íntegra. Un suicidio.
No
es que tenga la sensación de que nos están tomando el pelo, es que lo están
haciendo deliberadamente. El Estado del Bienestar se sostiene sobre una cortina
de humo, el dinero destinado a mantener lo público es dinero que no existe, son
dígitos en las pantallas de los ordenadores. Y así pagamos a nuestros médicos,
a nuestros maestros, a nuestros policías y bomberos, a todos los empleados
públicos, así mantenemos nuestras redes e infraestructuras, todo el patrimonio
público se sustenta con una dosis mensual de dinero extraído del monopoly,
aquel famoso juego que irrumpió a principios del siglo XX y que parece haberse
convertido en la ouija fatal de nuestros tiempos.
Comentarios
Publicar un comentario