Ruido.
Ruido y voces a todas horas, ruido y voces en cualquier lugar. Algunos estudios
sostienen que España es el país más ruidoso de Europa, que los españoles somos
los más gritones del continente. Cuando viajamos al extranjero y subimos a los
autobuses urbanos cargados de gente podemos cerrar los ojos y sentir que
viajamos solos. En España ocurre lo contrario: cinco hablando parecen un
centenar. De ahí que los guiris, cuando se les pregunta por España, hablen a
base de estereotipos: tortilla, pescaíto frito, botellón, fiesta, feria de
Málaga, San Fermines… Todo equivalente a multitud, algarabía, ruido,
decibelios.
Los
españoles nos dejamos la laringe en los restaurantes, tal vez porque habremos
aprendido que aquí, en España, el que habla más alto es el que lleva la razón.
Siempre hemos confundido la cantidad con la calidad. Aplaudimos al que grita
quizá porque la aguja de sus decibelios persuade más que la calma, la frialdad
y la prudencia del que habla a medio gas. Tenemos el referente televisivo de
los programas del corazón y los reality shows, donde el tono bronco y polémico,
el grito vivo, recibe el estipendio de los burrovidentes, que son la base de
nuestra idiosincrasia social como país. De lo contrario, esta basura no gozaría
de tanta audiencia.
En
esta España tan nuestra no nos estamos callados ni en las salas de espera de
los centros de salud, donde el médico ha tenido que salir de su consulta para
rogar encarecidamente a los pacientes que bajaran el volumen. Todo es ruido: la
consulta médica, el autobús, las aulas de los colegios, los mercados de
abastos, hasta los funerales se han convertido en redes sociales donde celebrar
la existencia de quienes siguen atados al ruido de la vida.
No
quisiera utilizar una expresión tan sentenciosa como aquella de Sánchez Dragó
cuando decía que lamentaba profundamente haber nacido español, por ser el país
de la picaresca, por ser el país, junto a Italia, donde más sinvergüenzas hay
por metro cuadrado, donde la envidia es pecado capital, un país tan maleducado
donde la gente se empeña en no dormir… No lamento haber nacido español, porque
nacer en un lugar es un accidente que puede subsanarse cambiando de residencia.
Lo que sí lamento es haberme convertido, hasta matar mi voz en las aulas hace
cuatro meses, en un español ruidoso, gritón y verdulero. Y, cómo no, lamento seguir
rodeado de semejantes.
Qué razón tiene usted. Es uno de los motivos por los que me marcharé de este país en cuanto pueda.
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