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Mostrando entradas de junio, 2013

Ruidosos y gritones

Ruido. Ruido y voces a todas horas, ruido y voces en cualquier lugar. Algunos estudios sostienen que España es el país más ruidoso de Europa, que los españoles somos los más gritones del continente. Cuando viajamos al extranjero y subimos a los autobuses urbanos cargados de gente podemos cerrar los ojos y sentir que viajamos solos. En España ocurre lo contrario: cinco hablando parecen un centenar. De ahí que los guiris, cuando se les pregunta por España, hablen a base de estereotipos: tortilla, pescaíto frito, botellón, fiesta, feria de Málaga, San Fermines… Todo equivalente a multitud, algarabía, ruido, decibelios. Los españoles nos dejamos la laringe en los restaurantes, tal vez porque habremos aprendido que aquí, en España, el que habla más alto es el que lleva la razón. Siempre hemos confundido la cantidad con la calidad. Aplaudimos al que grita quizá porque la aguja de sus decibelios persuade más que la calma, la frialdad y la prudencia del que habla a

La ouija del Monopoly

Se ha perdido el menos común de los sentidos, que es el sentido común: vivir por encima de la posibilidades reales, gastar más de lo que se ingresa. El sistema financiero se ha convertido en nuestra particular caja de Pandora. Haber podido disponer de dinero prestado hizo que todo se encareciera al tener la opción de abonar el total en régimen de plazos. Por eso, ahora el precio de la vivienda continúa cayendo en picado, porque nadie compra, y nadie compra porque nadie tiene dinero, nadie tiene dinero porque, al no tenerlo, las entidades financieras no prestan. El sistema bancario encareció la vida hasta hipotecarla sin necesidad alguna. De ello deduzco que si prescindiéramos de él y adoptáramos un modelo de pago real, las empresas, para garantizar su supervivencia, se verían obligadas a utilizar precios amoldados a las posibilidades de las rentas medias. Aumentan las muertes de pacientes por recortes en Sanidad, la calidad de la Enseñanza está disminuyendo

Temporeros y genios de la palabra

La buena literatura, la verdadera, se esconde tras una ciénaga de lacayos del idioma. Nómadas oportunistas de la pluma que traman historias para enriquecerse mientras la industria editorial se lucra de ellos en un proceso de retroalimentación con intereses encontrados. Aunque ambos se utilizan mutuamente, es sin embargo la empresa editorial quien controla definitivamente los resortes del contrato. Creo necesario discernir entre temporeros y genios de la palabra. Los primeros prescinden de la estética, se limitan a narrar acciones para sofocar las ansias de evasión de lectores despreocupados. Sus historias tienen una fecha de caducidad que no comprende más allá del tiempo que el usuario emplea en consumir el producto y, por lo tanto, el libro se convierte en una mercancía que entra al trapo de la fugacidad del “consumir y tirar” tan posmoderno. Las librerías están anegadas de títulos publicados por estos jornaleros a tiempo parcial, abruman las estanterías h

Desobediencia individual

Una ley no es más que un trozo de papel escrito cuyo fin no debiera ser otro que velar por la seguridad y el bienestar de los ciudadanos, especialmente los más débiles. Sin embargo, en muchas ocasiones se convierte en un documento mancillado por la insensatez de quienes se encaraman en el poder. Cuando esto último sucede, el individuo se encuentra aprisionado, el aparato legal del Estado lo oprime. En estas situaciones no hay más alternativa que desobedecer las leyes humanas porque están infectadas de los males que porta nuestra raza: la ceguera, la estulticia, la idiotez, la tiranía, el fundamentalismo… Si una ley –pese a que el conjunto de la sociedad perciba clara y evidentemente que se está cometiendo un ultraje a todas luces contra alguien– condena al individuo, esa ley ha degenerado porque nació bastarda, nació impuesta y por lo tanto nunca fue concebida para defender, sino para atacar, porque bajo sus palabras subyace un contenido maliciosamente prem