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Mostrando entradas de marzo, 2013

Dos céntimos en el suelo

Cada día que pasa me convenzo aún más de que los medios de comunicación, especialmente la televisión, urden un plan preconcebido para adormecer, para aletargar, para drogar a las masas. De alguna manera es como si pretendieran suspender la capacidad crítica, racional o analítica del ciudadano con el objeto de no hacerle pensar, o tal vez de hacerle pensar según determinados parámetros y sólo a ciertas revoluciones por minuto para que la maquinaria no comience a heder a chamusquina.             Cada vez que muere o excepcionalmente renuncia un Papa a su cargo, es cansinamente masivo el bombardeo informativo sobre la muerte o la dimisión del pontífice, el posterior proceso del cónclave y el nombramiento del nuevo sucesor de Pedro en el Vaticano. No llega a entenderse la importancia que posee hoy día una institución como la Iglesia en el mundo actual, y mucho menos la elección de un nuevo Papa. Antaño, cuando el poder político y el religioso hacían y deshacían

Llorar

He visto la fotografía de una niña pequeña que lloraba en Caracas. Era tan pequeña que no lloraba por la muerte de Hugo Chávez, sino porque su madre, que aparecía junto a ella en la imagen, lloraba desconsolada por la muerte del comandante. La chica lloraba porque todo el mundo a su alrededor lloraba, porque el desconsuelo y la resignación se contagia, lo mismo que el optimismo y la sonrisa, y más la carcajada, esa risa tonta que se reproduce descontroladamente porque lo propicia el entorno.             Cuando la niña sea mayor comprenderá por qué la ciudad entera lloraba por un solo hombre. Ahora llora socialmente, como los fumadores que necesitan del tabaco para relacionarse. Cuando sea mayor, no obstante, comprenderá que aquel hombre ya no será el mismo por el que su madre lloraba, ni por el que lloraban los venezolanos. El mito habrá deformado la realidad igual que las pantallas de televisión y de los ordenadores, las emisoras de radio y las páginas de

Educadores mediocres

La semana pasada, mientras realizaba la compra en el supermercado, me reencontré con un antiguo alumno. En el transcurso de la conversación me anunció que había abandonado la carrera de Administración y Dirección de Empresas porque no pudo superar las asignaturas de las que se matriculó el primer año, aunque actualmente estaba inscrito en Magisterio y ahora el curso sí le era placentero. Más tarde recordé que cuando le impartí clases de Lengua Castellana y Literatura en segundo de Bachillerato, hace ahora tres años, él era repetidor y superó la materia –aunque no con muchas garantías– en septiembre de aquel mismo ejercicio académico.      No es el primer caso similar que llega a mis oídos y, lejos de ser una excepción, ésta es la norma que define al sistema educativo español y que lo diferencia lamentablemente del tan laureado modelo finlandés. Un país en el que aspirar al título de Magisterio se resuelve con la nota de acceso más baja de todo el elenco (un