Con los años, y la experiencia que otorgan los años, se llega a la conclusión de que el fracaso escolar no depende de que existan profesores buenos o malos (que, evidentemente, los ha habido, los hay y los seguirá habiendo). Los pedagogos se han empeñado en categorizarnos, pero hace unas décadas un alumno bueno era superior a sus circunstancias y demostraba sobrevivir con excelentes expedientes pese a la mala fortuna de un profesional nefasto. Yo, en mi época de estudiante, tuve que vivirlo. Lo que sucede en la actualidad es que, a diferencia de épocas anteriores, es obligatoria la enseñanza hasta los 16, y eso implica convivir con los que no quieren estudiar y actúan de manzana podrida que contagia al resto del aula. Puedo decir, a boca llena, que los repetidores de antes son más brillantes que los mejores alumnos de hoy (salvo ciertas excepciones, claro está). Y sucede que la postobligatoria (Bachillerato) se ha contagiado de la crisis. La escasa salida laboral, el fracaso escolar...
La sal en la herida