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Profesores buenos y alumnos malos y viceversa

Con los años, y la experiencia que otorgan los años, se llega a la conclusión de que el fracaso escolar no depende de que existan profesores buenos o malos (que, evidentemente, los ha habido, los hay y los seguirá habiendo). Los pedagogos se han empeñado en categorizarnos, pero hace unas décadas un alumno bueno era superior a sus circunstancias y demostraba sobrevivir con excelentes expedientes pese a la mala fortuna de un profesional nefasto. Yo, en mi época de estudiante, tuve que vivirlo. Lo que sucede en la actualidad es que, a diferencia de épocas anteriores, es obligatoria la enseñanza hasta los 16, y eso implica convivir con los que no quieren estudiar y actúan de manzana podrida que contagia al resto del aula. Puedo decir, a boca llena, que los repetidores de antes son más brillantes que los mejores alumnos de hoy (salvo ciertas excepciones, claro está).



Y sucede que la postobligatoria (Bachillerato) se ha contagiado de la crisis. La escasa salida laboral, el fracaso escolar procedente de la obligatoria y las paradojas de los tiempos (otorgar beca a los bachillerandos en tiempos de agonía económica) permiten que las aulas de primero de Bachillerato se masifiquen con alumnos que sólo pretenden matar el tiempo para no dedicarse toda la mañana a hacer la 'o' con un canuto en casa y, de paso, embolsarse, en muchos casos, unos euritos a costa de Papá-Estado. Todo se traduce en más fracaso escolar y menos calidad en la enseñanza. ¡Díganme qué hago yo con 40 alumnos en clase, donde los que se sientan en las últimas filas tienen que levantarse todo el rato para ver qué he escrito en la pizarra! ¡Eso por no hablar de que la mayoría de ellos se dedica a charlar y a distraerse en clase!

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