Liberémonos
de lo políticamente correcto, despojémonos del fariseísmo y de esa aparente
aura de civilización. Desatemos nuestros instintos, como los animales en las graderías
de los campos de fútbol, y situémonos –ficticiamente, no queda otra– en la
tentativa de que, por un día, cada uno de nosotros tuviera poder absoluto e
inmunidad para hacer y deshacer en el ámbito político de este país.
Cómo
no arder en ira y violencia contra una piara de estúpidos que recientemente propone
excluir a lesbianas y mujeres solas de la reproducción asistida. Son como el
perro del hortelano: obligan a parir a mujeres que no quieren ser madres, y sin
embargo no permiten serlo a quienes lo están deseando.
Cómo
no arder en ira y violencia contra un rebaño de ineptos que cuenta entre sus
filas con el mismísimo presidente del Tribunal Constitucional. Por mucho que la
ley permita la afiliación de magistrados a partidos políticos, es un esperpento
nacional que la máxima instancia de la Justicia se declare abiertamente
seguidor de una ideología política determinada. Cualquier afectado, al acceder
a un juzgado o a la Audiencia Nacional, tiene derecho a pensar que quienes
representan el Poder Judicial no tienen mayor credibilidad que Epi y Blas en
Barrio Sésamo.
Cómo
no arder en ira y violencia contra una bandada de cuervos que instaura abiertamente
un Estado neototalitario en el que la información pública vuelve a estar en
manos del poder político al destituir a los editores de los telediarios y
reemplazarlos por los que Aznar moldeaba en sus años pendencieros.
Cómo
no arder en ira y violencia contra un gueto de ladrones puesto en evidencia por
el mismo cuervo que crió y que ahora le saca los ojos. Los mismos ladrones que
ahora mutilan las pagas de los funcionarios, recortan en Sanidad y Educación y
gritan “que se jodan” a los parados, antes, sin embargo, se enriquecían
clandestina o barcenianamente.
Los
socialistas fueron ineptos, ingenuos, despilfarradores y corruptos, ejercieron
un uso irresponsable del poder. Los populares pecan de lo mismo, pero no de
ingenuidad. Este neofascismo democrático actúa con el peor de los monstruos: la
maldad y la alevosía. Son conscientes de su pensamiento único y no tienen
reparos a la hora de imponerlo. Porque siempre han creído en el grito de la
Reconquista: ¡Santiago y cierra, España!
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