Estos días Brasil es un hervidero sexual. No hay mejor paradero para practicar el turismo sexual que viajar a la tierra de los cariocas en las fiestas de don Carnal. Las playas de Río de Janeiro se convierten en un hontanar seminal que brota y no cesa de fluir sobre la carne en ciernes. La bacanal se erige en todo lo alto al tiempo que el alcohol se desparrama por las arterias de la ciudad y de los cuerpos jadeantes. El sexo y el alcohol se mezclan para acceder a esa realidad ultrasensible imposible de alcanzar en estados de normalidad. Los pecados de la carne se ponen a la orden del día, y la mesura queda relegada al rincón de aquella arpa becqueriana esperando el 'levántate y anda' bíblico de la resurrección. Como la escena final del embriagador perfume de la novela de Patrick Süsckind, que sume a toda la plebe congregada en torno al cadalso de la plaza mayor, los cuerpos se entrelazan en volutas, en espirales, escorzos e infinitos solapamientos para hacer ebullir el río fértil blanquecino. La libido se disparata haciendo saltar cualquier sistema de medida de las temperaturas corporales. La concuspicencia suelta amarras y lo recto se desvanece por su propio peso. Sólo triunfan lo curvo, lo enrevesado, lo dionisíaco. Lo apolíneo queda proscrito so pena de destierro.
Y Vargas Llosa se pregunta en qué sentidos es provechosa la experiencia. En varios, empezando por el filológico. Nadie que no haya estado inmerso en la crepitación del Sambódromo durante los desfiles de las catorce Escolas de Samba (49.000 participantes, 65.000 espectadores), o en alguno de los 250 bailes populares organizados por la alcaldía, y los centenares de bailes espontáneos desparramados por las calles de la ciudad, puede sospechar siquiera el riquísimo y multifacético contenido de que allí se cargan palabras sobre las que en otras partes se cierne una sospecha de vulgaridad, como tetas y culo, que, aquí, resultan las más espléndidas y generosas del idioma, cada una un vertiginoso universo de variantes en lo referente a curvas, sinuosidades, consistencias, proyecciones, tonalidades y granulaciones.
Aquí está, salida de las entrañas de los estratos más humildes de la escala social, esa respuesta desvergonzada, irreverente, ferozmente sarcástica, a los patrones establecidos de la moral y la belleza, esa negación vociferante de las categorías sociales y de las fronteras que tienden a separar y jerarquizar a las razas, a las clases, a los individuos, en una fiesta que todo lo iguala y lo confunde, al rico y al pobre, al blanco y al negro, al empleado y al patrón, a la señora y su sirvienta, que fulmina temporalmente los prejuicios y las distancias, y establece, en un paréntesis de ilusión, en un espejismo con sexo y música a granel, aquel mundo al revés del poema de José Agustín Goytisolo, donde las princesas son morenas y los barrenderos rubios, los mendigos felices y los millonarios desdichados, las feas bellas y las bellas bellísimas, el día noche y la noche día, y donde el "abajo" triunfa sobre el "arriba" humano e impone su rijosa libertad, su materialismo sudoroso, sus apetitos desatados y su exuberante vulgaridad como una apoteosis de vida, donde los "frescos racimos" de la carne cantados por Rubén Darío son universalmente exaltados como la más valiosa de las aspiraciones humanas.
El protagonista de la fiesta es el cuerpo humano, ya lo he dicho, y la atmósfera en que reina y truena, la música, envolvente, imperiosa, regocijada, ciega. Pero, al amanecer, lo que prevalece y exacerba la lechosa madrugada es, por encima de los perfumes de marca, las refinadas lociones, los sudores, los vahos cocineros o alcohólicos, un espeso aroma seminal, de miles, cientos de miles, acaso millones de orgasmos, masculinos, femeninos, precoces o crepusculares, lentos o raudos, vaginales o rectales, orales o manuales o mentales, denso vapor de embrutecimiento feliz que contamina el aire y penetra en las narices de los aturdidos carnavaleros semidesahuciados, que, en los estertores de la fiesta, retornan a sus guardias o se derrumban en parques y veredas, a tomar un descanso, para, algunas horas después, resucitar y continuar sambando.
Y qué mejor para cerrar esta orgásmica reflexión que un no menos orgásmico soneto de mi compañero de fatigas Manuel López, titulado Turismo Sexual, y dedicado al poeta cubano Nicolás Guillén. Compruébenlo:
TURISMO SEXUAL
Homenaje a Nicolás Guillén
Tumbóse con su tanga en la tumbona,
tendida sobre el lecho de las algas,
untándose otra tanda la teutona
de ungüento en la turgencia de sus nalgas.
Un mandinga llególe, ¡vaya mango!,
bailando con un ritmo muy molongo
y cual fauno emergiendo desde el fango
a la teutona diole en el mondongo.
Mambo y tanga al compás ya bajan suaves
por las curvas de un culo bien oblongo
con pecas cual los huevos de las aves.
-Vine a Cuba, mamita, desde el Congo
pa gosalte y cantalte, ya tú sabes,
dulces sones del Sóngoro Cosongo.
Manuel Manzorro.
Encuentro al gremio educativo de Palma necesitado de renovación seminal cada semana, en la desesperación del destape o el destete que ocurre allende los mares, en la concupiscencia resbaladiza y fugaz (ay!) de Brasil.
ResponderEliminarCompañero, no generalices, que los únicos necesitados somos unos cuantos,jajaja. Y tú también eh.
ResponderEliminarHijo de puta. El turismo sexuales aprovecharse de miseria para follar por cuatro duros. Deberían denunciar esta pagina por incitar al turismo sexual en mi país.
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