La he visto tocar el piano y me ha parecido acceder a una novela. Una niña japonesa, ciega de nacimiento, ha sido recibida por el presidente del gobierno de su país para comprobar que se trata de un nuevo portento de la música. Es un ejemplo más del poder que se esconde tras lo meramente físico o corporal. Con sus párpados sujetos a la penumbra y sus manos asilvestradas e indómitas la pequeña tocó una pieza con el arte de un Mozart deslumbrante cuando era también niño.
Y el mundo no tiene más alternativa que rendirse a la magia de aquellos que han venido con un haz de luz embriagadora. Porque la chispa de la vida sólo brota en los más insospechados cálices de candidez. Así como brotó en Bernadette, o como en tantos otros niños prodigio, vuelven a resurgir voces de esperanza. La esperanza de encontrar una salida a las sombras en los brotes de genialidad que, aunque no tan a menudo, irrumpen para abandonar el mundanal ruido de días clonados y anodinos.
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