Decía Silvio Rodríguez:
Si me dijeran pide un deseo,
preferiría un rabo de nube,
un torbellino en el suelo
y una gran ira que sube.
Un barredor de tristezas,
un aguacero en venganza
que cuando escampe parezca
nuestra esperanza.
Si me dijeran pide un deseo,
preferiría un rabo de nube,
que se llevara lo feo
y nos dejara el querube.
Un barredor de tristezas,
un aguacero en venganza
que cuando escampe parezca
nuestra esperanza.
El rabo de nube es el fin de la tormenta, que irrumpe y destroza todo lo que encuentra a su paso, limpiando, también, las impurezas de todo aquello que sabía a odres viejos. Ese rabo de nube es, efectivamente, un torbellino en el suelo, una gran ira que sube, un aguacero en venganza que barre tristezas. Luego, tras la tempestad llega la calma, escampa y vuelven las esperanzas de comenzar a vivir. En definitiva, es un rabo de nube que se lleva lo feo y nos deja el querube, es decir, lo puro y lo virginal.
2008, ya a punto de concluir, ha significado lo mismo para mí (el próximo día 31 publicaré una semblanza anual). Sin embargo, hay algo que no contempló Silvio en su canción: es cierto que la tormenta pasa y luego escampa para que llegue el tiempo de las esperanzas, pero no menos cierto es que hay un tiempo entre ambas estaciones en el que la memoria, el recuerdo, se convierten en un inquilino (más que inquilino, lo llamaría ocupa) fustigador que sale y entra de la casa y martillea incesantemente. Las esperanzas, que por un tiempo parecen crecer, luego menguan y se desvanecen.
Es un periodo de tiempo transitorio, pero bastante desequilibrante. Supongo que podría ser comparado con la trayectoria de un tren. Cuando inicia su recorrido no circula ya a 200 kilómetros por hora, sino que va progresando hasta esa velocidad deseada. Lo mismo sucede cuando termina el trayecto: no se detiene pasando de 200 a 0 instantáneamente, sino que existe un tiempo de desaceleración.
2008, ya a punto de concluir, ha significado lo mismo para mí (el próximo día 31 publicaré una semblanza anual). Sin embargo, hay algo que no contempló Silvio en su canción: es cierto que la tormenta pasa y luego escampa para que llegue el tiempo de las esperanzas, pero no menos cierto es que hay un tiempo entre ambas estaciones en el que la memoria, el recuerdo, se convierten en un inquilino (más que inquilino, lo llamaría ocupa) fustigador que sale y entra de la casa y martillea incesantemente. Las esperanzas, que por un tiempo parecen crecer, luego menguan y se desvanecen.
Es un periodo de tiempo transitorio, pero bastante desequilibrante. Supongo que podría ser comparado con la trayectoria de un tren. Cuando inicia su recorrido no circula ya a 200 kilómetros por hora, sino que va progresando hasta esa velocidad deseada. Lo mismo sucede cuando termina el trayecto: no se detiene pasando de 200 a 0 instantáneamente, sino que existe un tiempo de desaceleración.
El caso es que no sabemos cuánto tiempo durará esa desaceleración (o aceleración, claro), ni qué armas habría que usar para que el trayecto no se convierta en un tormento. Sólo se me ocurre una cosa: rodearme de aquellos que nos aprecian, nuestros verdaderos amigos, nuestros hermanos. En ellos deposito mi confianza.
Felicidad amigo en estos días para tí y los tuyos. Y que la crisis salga pronto de nuestras vidas. Que 2009 te traiga mucho y bueno.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias, Antonio, por tus buenos deseos. Lo mismo te respondo. Un abrazo, y gracias, de nuevo, por estar ahí a lo largo del tiempo.
ResponderEliminar