Admiradora de la prosa de Ruiz Zafón, a finales de 2011 le propuse a Inmaculada imitar el artificio literario que Daniel Sempere desarrolla en La sombra del viento, donde el joven, a instancias de su padre, rescata una novela de Julián Cárax sepultada en el Cementerio de los Libros Olvidados. De esta manera me sumergí en los anaqueles de una librería de Sevilla y me topé con Boarding Home (La casa de los náufragos), del cubano Guillermo Rosales. La novela, publicada en la editorial Sihuela, no supera las 100 páginas, pero en su brevedad es todo un compendio de prosa pura y desnuda. Su simplismo y sencillez denotan la maestría narrativa que llegó a adquirir el malogrado escritor (se suicidó en 1993).
Como a Sempere la Sombra del Viento, La casa de los náufragos ha supuesto un hallazgo para mí. La novela se bebe como un licor dulce y suave por su estilo, aunque su argumento deambula por derroteros más siniestros. Boarding home es, en realidad, una novela autobiográfica: William Figueras es el alter ego de Rosales. Ambos, convertidos en despojos de la sociedad cubana, desechados por sus propias familias (burguesas), terminan en una casa de acogida, un hospicio para enfermos mentales en Miami donde lo cotidiano es el hedor a orín, la violencia, el abuso y la suciedad. Con un realismo visceral como el que describe Roberto Bolaño en Los detectives salvajes, Rosales no duda en llamar a cada cosa por su nombre y termina componiendo un relato sobrecogedor por la cruel realidad que indirectamente denuncia. Figueras recala en el hospicio y comparte la cotidianeidad de los locos con quienes convive, pero el local está regentado por el señor Curbelo, un mafioso que vive de las rentas que el Estado otorga a los inquilinos de su boarding home, donde nunca se repondrán las toallas limpias. Los locos viven inundados de sudor, orín, mierda y olor a tabaco.
William Figueras, el loco más cuerdo de todos, gran lector de los románticos ingleses y devorador de la obra de Hemingway, encuentra, no obstante, un atisbo de luz y salvación. Un día aparece una nueva inquilina, la señorita Francis, de quien se enamora. Es el único resquicio de felicidad que se respira en la novela. Por eso, ambos deciden abandonar el hospicio; sin embargo, cuando ya han encontrado una vivienda en alquiler donde vivir juntos, el señor Curbelo realiza la artimaña necesaria para que Francis no pueda salir del Boarding Home y poder truncar así la única vía de escape, el único momento de luz del protagonista y, por ende, de Guillermo Rosales. Ambos contemplan lo que muy bien definió Laura Esquivel en Como agua para chocolate cuando presenta su particular Teoría de los Fósforos: “todos nacemos con una caja de cerillas en nuestro interior, no las podemos encender solos, necesitamos oxígeno y la ayuda de una vela. Cada persona tiene que descubrir cuáles son sus detonadores para poder vivir. Por eso hay que permanecer alejados de personas que tengan un aliento gélido. Su sola presencia podría apagar el fuego más intenso, con los resultados que ya conocemos”. Qué duda cabe de que el señor Curbelo cumple aquí el papel de persona con aliento gélido.
El humor y el erotismo son también ingredientes esenciales de esta novela. Las descripciones que Rosales realiza de las cópulas que mantienen Figueras y Francis son sencillamente magistrales. Y el secreto de su éxito radica en, como he referido anteriormente, su simplismo, su prosa desnuda de retoricismos u ornamentos que destrozarían la imagen que el lector debe recibir cuando devora las líneas dedicadas a ello. El humor se combina también con ciertas dosis de realismo mágico en diversas escenas en las que aparece Fidel Castro para ser satirizado y convertido en un muñeco de guiñol a modo del esperpento valleinclaniano.
La casa de los náufragos es, sin duda, un clásico imprescindible de la literatura cubana contemporánea. Algunos se han apresurado a comparar su autor con el mexicano Juan Rulfo. No creo que ambos estén a la altura. Lo que sí es cierto es que La casa de los náufragos merece ser rescatado del Cementerio de los Libros Olvidados, de hecho obtuvo el voto favorable de Octavio Paz en el certamen literario donde Rosales participó en 1987. Valga, pues, mi granito de arena por mor de su divulgación.
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