Cada día que pasa me convenzo aún más de que los medios de comunicación, especialmente la televisión, urden un plan preconcebido para adormecer, para aletargar, para drogar a las masas. De alguna manera es como si pretendieran suspender la capacidad crítica, racional o analítica del ciudadano con el objeto de no hacerle pensar, o tal vez de hacerle pensar según determinados parámetros y sólo a ciertas revoluciones por minuto para que la maquinaria no comience a heder a chamusquina. Cada vez que muere o excepcionalmente renuncia un Papa a su cargo, es cansinamente masivo el bombardeo informativo sobre la muerte o la dimisión del pontífice, el posterior proceso del cónclave y el nombramiento del nuevo sucesor de Pedro en el Vaticano. No llega a entenderse la importancia que posee hoy día una institución como la Iglesia en el mundo actual, y mucho menos la elección de un nuevo Papa. Antaño, cuan...
La sal en la herida