Se respira en el ambiente, vivimos rodeados de imbéciles, no son tantos, pero sus presencias en los ámbitos decisorios, en la vida pública, en los medios de comunicación, en la vida política y religiosa… permite que el desánimo y la indignación se apoderen del resto de los mortales sumiéndolos en una resignada actitud de impotencia, de querer y no poder hacer mucho por desalojar de la esfera pública a quienes con sus palabras, hechos y actitudes, se encargan de encender la ira o desatar el colmo de los colmos. Uno se pregunta cómo este sistema ha permitido elevarse a los espacios de poder a tantos necios en una misma coyuntura. Cómo hemos permitido, verbigracia, investir como ministra a una señora que denomina “movilidad exterior” a la marcha de jóvenes al extranjero para buscar el empleo que ella misma es incapaz de fomentar en el país. Cómo hemos permitido investir como diputado a un neofranquista que establece similitudes entre Etiopía y Andalucía, respa...
La sal en la herida