Se
respira en el ambiente, vivimos rodeados de imbéciles, no son tantos, pero sus
presencias en los ámbitos decisorios, en la vida pública, en los medios de
comunicación, en la vida política y religiosa… permite que el desánimo y la indignación
se apoderen del resto de los mortales sumiéndolos en una resignada actitud de
impotencia, de querer y no poder hacer mucho por desalojar de la esfera pública
a quienes con sus palabras, hechos y actitudes, se encargan de encender la ira
o desatar el colmo de los colmos.
Uno
se pregunta cómo este sistema ha permitido elevarse a los espacios de poder a
tantos necios en una misma coyuntura. Cómo hemos permitido, verbigracia, investir
como ministra a una señora que denomina “movilidad exterior” a la marcha de
jóvenes al extranjero para buscar el empleo que ella misma es incapaz de
fomentar en el país. Cómo hemos permitido investir como diputado a un neofranquista
que establece similitudes entre Etiopía y Andalucía, respaldado incluso por palmeros
mediáticos que otrora pronunciaban con alevosía que así eran las cosas y así nos
habían sido contadas. Cómo hemos permitido, en este sentido, que un señor cuyo
perfume hiede aún a la España señorita y rancia de los 50 se encarame en el
candelero de una radio confesional católica, cuya doctrina no debería ser otra
que “todo por los pobres” y que sin embargo da alas a un potaje humano que se
regodea maliciosamente de las familias pobres andaluzas. Decía un gran amigo
refiriéndose a esta bazofia del periodismo que “ojalá tuviera que vender su
bicicleta para que sepa lo que es sufrir, pasarlo mal y no tener donde acudir”.
Cómo
hemos permitido que las nuevas generaciones del Partido Popular de Castellón ya
estén adoctrinadas en su altruista
función de velar por la conciencia de los estudiantes, animándoles alegremente
a denunciar a los profesores que adoctrinen en sus clases. Los adoctrinados
invitan al antiadoctrinamiento. La paja en el ojo ajeno y la viga en el propio.
Cómo
hemos permitido que se perpetúe una iglesia cuyo credo ha debido ser siempre el
de dar cobijo a los más débiles, el de albergar a los tullidos y a los
marginados, y sin embargo, a todas luces, se permite el lujo de decretar, a sus
anchas y a sus panchas, que los discapacitados no deben recibir la primera
comunión puesto que nunca comprenderán el sentido de ese sacramento. Y a pesar
de todo, entristecerse al constatar que aún haya feligresía que necesite
someter algo tan íntimo y personal, tan individual y propio como el fenómeno
religioso, a la voluntad de una jerarquía capitalista que se adueñó del mensaje
original de un galileo crucificado hace casi 2.000 años y que –he aquí lo más
contraproducente y descorazonador– margina públicamente a los mismos que desean
convertirse en sus propios fieles, y que éstos, aun así, se emperren en entrar
en el reino de las sotanas. Nunca entenderé cómo la mujer, tan denostada a lo
largo de la Historia por esa institución, es la que aún hoy se resiste a salir
de ella y la que aún rellena los bancos de sus parroquias. Por eso, como decía
algún coplero, “celebraré el día de la Mujer cuando ésta deje de entrar en una
iglesia. Hasta entonces, no estará liberada”. Por ende, a ver también cuándo
nos liberamos de tantos necios pululando en el ambiente.
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