Hay
actitudes, estados de pensamiento o actuaciones que se encuentran muy arraigados
en nuestra esencia como seres humanos y, sin embargo, de puertas para afuera nos
rasgamos las vestiduras para practicar una eterna e hipócrita condena. Lo
natural se confunde a menudo con lo políticamente correcto en un ejercicio de
fariseísmo que heredamos de la misma tradición judeo-cristiana que hemos
mamado. Y fruto de esa perspectiva cristiana, de esa transmutación de valores
que denunciaba Nietzsche, nos consolamos creyéndonos aspirantes al divino amor
o a la divina iluminación, y sin embargo, en realidad, luchamos a diario contra
nuestra genética espiritual, desagarrándonos el alma, porque amar a los
enemigos o perdonar a quienes nos ultrajan es un ejercicio de autoflagelación
para una sociedad humana como la occidental, deseducada constantemente en el
propósito de la bondad incondicional.
No
nos llamemos a engaño, lo natural no es considerarnos todos iguales. Lo natural
es asumir que hay fuertes y débiles, ricos y pobres, sanos y enfermos, hombres
y mujeres, adultos y niños. Hasta los más poderosos yerran en su lenguaje:
Obama reconocía su error hace algunos días al mostrar su arrepentimiento por
utilizar un lenguaje sexista. Lo utilizó porque está arraigado en su verdadera
esencia y cuando uno se descuida, sale a flote traicionando tantos años de pseudoentrenamiento en lo políticamente
correcto.
Lo
natural no es que dos personas de un mismo sexo hagan el amor. De puertas para
adentro, contemplar una imagen de este calibre nos produce náuseas, repulsa. Porque
en nuestra soledad ejercemos una condena que, sin embargo, en el ámbito de lo
público convertimos en una falsa apología del amor libre.
Parece
que lo natural es condenar a quienes se enriquecen corruptamente en las
administraciones públicas, pero si por un día permitiéramos concederle todo el
poder político y económico a quienes practican los golpes de pecho contra los
ladrones públicos, se hundirían en el lodazal de sus mismas miserias, de sus
mismas codicias de dinero sucio. Lo natural no es respetar lo ajeno, lo natural
es adjudicárselo uno mismo gracias a los resortes de poder que se ostentan.
Lo
natural no es la humanidad anónima y homogénea, lo natural es la familia, los lazos
de sangre. Lo natural es barrer para casa, pero lo políticamente correcto es
defender la igualdad de oportunidades.
Tratamos
de ser complejos, pero en esencia somos muy simples: no vamos más allá del
pensamiento binario, del blanco y negro o del todo o la nada. El ser humano es
bueno individualmente, pero malvado socialmente. Pero resulta que no vivimos
solos, sino en sociedad, lo que determina la perversidad de nuestro espíritu.
Somos egoístas, codiciosos, insaciables, somos sepulcros blanqueados, bellos
por fuera, pero repletos de osamenta y podredumbre por dentro.
El
sentimiento y el pensamiento no son facultades que puedan ser enseñadas como
resultado de un proceso de comunicación verbal. Más bien han de respirarse en
el ambiente, en las actitudes, en los comportamientos, en las voluntades de la
amplia colectividad, se trata más bien de ese currículum invisible del que hablan los pedagogos. El habla y la
actuación se pueden educar, aunque más bien diría controlar o maquillar
para ocultar el verdadero estado de los sentimientos o de los pensamientos. Se
nos educa, se nos civiliza en realidad para aparentar, para controlar, para
mitigar con el lenguaje verbal la barbarie que se cuece en nuestra conciencia. Y
hace falta una pedagogía del sentir, del pensar, no una pedagogía de la
comunicación, del lenguaje o de los comportamientos que continúe convirtiéndonos
en seres de odio por dentro con piel de corderos por fuera. Mientras no tomemos
conciencia de nuestra esencia y asumamos quiénes y cómo somos, viviremos en el
espejismo de las contradicciones: sentir y pensar versus hablar y actuar.
Felicidades por el pedazo de artículo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Sergio, tú siempre tan incondicional. Me alegro de que te haya gustado. Un abrazo.
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