Más
de una vez he escuchado decir que es un error traer descendencia a este mundo “de
guerras, de odio, de hambrunas, de terrorismo, de criminales y sinvergüenzas…”.
Y créanme, no sólo fueron “buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan”
quienes así hablaron, también lo hicieron “pedantones al paño, que miran,
callan y piensan que saben porque no beben el vino de las tabernas”.
Intencionadamente
o no, los medios de comunicación nos inducen a construir el mundo a través de tópicos,
y en este sentido no debemos olvidar que el único objetivo de una empresa informativa
no es otro que ganar dinero. Los medios de comunicación tienen su Norte cada
vez más claro: con tal de arañar audiencias, nunca dejarán que una verdad les
estropee una buena historia. La empresa informativa surge, por lo tanto, de un
parto cuya luz no es otra que contar historias para lucrarse.
No
es el mundo tan malo como se nos pinta. Hay que desechar las orejeras ecuestres
y abrir la mente. No debemos dejar que construyan el mundo por nosotros. Es tan
fácil como salir a la calle y contemplarlo “como Adán al amanecer”, y
percatarse de que lo imperante es la paz, la tranquilidad, los buenos días y la
rutina en el trabajo, el desempleo, la gente en los bares y en las playas. Salgo
a la calle y no veo hombres matándose, no veo reyertas, no veo a “tanta” gente
pasar hambre, no vivo rodeado de terroristas ni de Bretones. La rutina de los
pueblos es el sosiego; en la ciudad, la muchedumbre y los cláxones del tráfico,
y en ambos deambulan buenas gentes trajinando el pan de cada día, el
pensionista en su hogar y los estudiantes en los colegios. A lo sumo, nuestros
males son el paro y la pobreza, no más.
Pero
esta quietud, esta anodina cotidianeidad no vende periódicos, no acumula zombis
frente a las pantallas de televisor. Sólo vende lo contraproducente, el grito,
la acción y la perversidad. El periódico y el telediario se han convertido en el
lugar de confluencia de todo lo malo que acontece en el mundo. No negaré que
también esta maldad forma parte de la realidad, pero lo inadmisible es
equiparar la realidad con lo que nos venden los medios. No hay realidad más
fiel que el mundo que uno mismo contempla cuando sale a la calle y viaja a las
ciudades, la realidad que el individuo contempla “per se”. Sin duda alguna, el
mejor periodista es el que cada uno lleva dentro.
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