El rock es algo malo. Satánico. Lo han denunciado en sus encíclicas todos los papas desde su invención (la del rock). Será por eso, porque han vendido su alma a Belcebú, lo de la envidiable forma y espíritu de dos ancianos por DNI como Roger Daltrey (RD) y Pete Towshend (PT). El tiempo pasa, laminando su cuerpo de arrugas bellas o en forma de sordera, aunque no en sus mentes sospechosas de tanto talento musical. En su segunda acometida a los Madriles, The Who no llenaron todo el graderío del Palacio de los Deportes, pero sí el alma de los que eligieron gastarse entre 40 y 80 euros pese a la competencia en día y hora con Bloc Party, Antonio Vega, Luis Eduardo Aute, Duquende y hasta Pepe, el marismeño. Fue barato con tal de rememorar clásicos de la historia de la música popular (I can't explain, My generation, Won't get fooled again -C.S.I., ¡así cualquiera!-, '5:15', The real me o Pinball Wizard) y disfrutar del intacto sonido marca de la casa en su último álbum de estud...