Desde siempre ha sido tradición católica exhibir la escena del nacimiento de Jesús de Nazaret en los hogares, pero en los últimos años está comenzando a consolidarse una moda navideña consistente en transcender la barrera del hogar y hacer gala de motivos ornamentales y luminosos en las fachadas y balcones de las viviendas. Me temo que en un lustro cualquier foráneo que visite el pueblo podría quedarse impertérrito ante semejante mosaico de luz adornado con barbudos vistiendo atuendos blanquirrojos e intentando acceder al pirulo echa humos de cada casa. Sólo es necesario que un vecino lo ostente para que, al año siguiente, la cosecha se recoja multiplicada. Nadie va a quedarse descolgado de las corrientes y modas de turno, porque “yo lo valgo”, y así lo asumen los que siguen a Vicente y berrean siguiendo las cagalutas del rebaño. Hace unos años escuché decir al sacerdote de mi pueblo, Santiago Santaolalla, que el cristianismo era (y es) “una religión de interiores, no de exteriores”....
La sal en la herida